Curiosamente, si nos vamos a la raíz etimológica de la palabra “animal”, veremos que deriva en realidad de anima o animus, es decir, poseedor de alma, o del aliento de la vida.

Y aún más, en el folklore de muchos países no faltan las historias que hablan de los perros y los gatos como auténticos espíritus guías de la humanidad. Entidades que tiene como finalidad, cuidar de nosotros y guiarnos. 

La infancia al lado de una mascota se vive con mayor plenitud y nos aporta un legado emocional capaz de edificarnos como personas.

 La felicidad que nos ofrece un animal, ya sea un perro un gato, es tan sincera y noble que todo niño debería crecer con este privilegio. 

 

  • Introducir un perro en la vida de un anciano, por ejemplo, lo dota de la necesidad de llevar nuevas rutinas, pautas y obligaciones. Le obligará a abrirse al mundo, incrementará los refuerzos positivos a través de las emociones, de una compañía sincera que alivia soledades, y de una actividad diaria con la que combatir el sedentarismo.

    • A nosotros, los adultos, nos aporta ese amor que tan extraño nos parece en ocasiones: un cariño que se ofrece a cambio de nada, que no sabe de resentimientos, que nos obligan a vivir en “el aquí y ahora”, donde no vale postergar un paseo o una caricia. 


  • Las personas tenemos dos tipos de memoria: hay una que parece tener una predilección especial por volver a las partes más incómodas de nuestro pasado. En cambio, hay otra memoria que “recompensa”: es la encargada de transportarnos a esos momentos felices de nuestra infancia, ahí donde nuestras mascotas tuvieron un papel esencial.

    • La memoria más nítida empieza a perfilarse a partir de los 3 años. Desde esta edad hasta la adolescencia, vivimos lo que María Montessori definió como periodos sensibles. En ellos, todo estímulo adquiere una importancia vital 

    • Si mi infancia es mi identidad, mi perro me enseñó la lealtad del amor.

    Gracias a esa mascota que creció contigo supiste qué era darlo todo a cambio de nada. Los perros no conocen el rencor y eso es algo que seguramente ya habías aprendido y no has podido olvidar. 

    Sabemos también que es muy posible que los recuerdos - junto al perro, el gato u otro animal con el que compartieras la niñez- te traigan algo de nostalgia, mezclada con tristeza. Un sentimiento muy parecido al que nos invade cuando evocamos algunos de los momentos que compartimos junto a seres queridos que, por una razón u otra, ya no están. 

    Ahora bien, no olvides que nuestras mascotas nunca mueren, duermen en tu corazón. No hay pues mayor tributo a esos amigos del alma que recordarlos con una sonrisa y agradecerles todo lo que hicieron por ti: gracias a ellos eres mejor persona y, amparandote en la experiencia que has vivido, probablemente elegirás que tus hijos también crezcan al lado de un animal.

    Dicen que las mascotas entienden el sentido de la amistad, y ante todo, de la familia: de la pertenencia a un grupo. Porque ellos aman sin distinción de raza o especie.